Son curiosamente las obreras de avanzada edad las que desarrollan unos cristales que, unidos a una sustancia segregada dentro de su organismo, produce una reacción química que es letal para intrusos y enemigos impertinentes. Basta tan solo con hacer estallar su propio abdomen, que causa la muerte de la termita, para que los compuestos químicos reaccionen y acabar con los enemigos en un santiamén. Dicho de otra forma, el individuo muere para que los congéneres vivan. Recuérdense los casos de Ignacio Echeverría, Gaetano Nicosia, Maximiliano Kolbe, Arnau Beltrame, Helena Agnieszka y una interminable lista de personas que, siguiendo el ejemplo del que se dejó crucificar por todos nosotros, sacrificaron sus propias vidas para salvar las de otros muchos. Y así comprenden, admiran y promueven culturas que amparan la mutilación genital de las niñas, la limitación de su acceso a la educación, las discriminatorias y carceleras prendas que ocultan sus rostros, la esclavitud sexual que llega al vil asesinato por negarse a matrimonios indeseados. Gente que banaliza el aborto y la eutanasia como iconos de libertad y que no enseñan ni ayudan a crear alternativas que posibiliten apostar por la vida. Corruptos y vividores de las empresas que les da de comer y que se venden por un puestecito a la sombra.
La fierecilla incorruptible moralmente honesta y fieramente justa que fue alguna vez mi gente es ahora una especie que ha sido genéticamente modificada diseñada para realizar cualquier tipo de trabajos forzados, soportar tratos indignos, gobernantes idiotas y burócratas soberbios con sueldos estratosféricos, aquella raza de bronce que alguna tiempo cubrió esta masa de tierra ha sido acorralada en las partes mas altas de las sierras, en las cuevas oscuras y en las mas siniestras circunstancias, para que nadie le escuche, para que nadie sepa por que las bisagras de la batiente cuando la abren, crujen. Han sido muy pocas las personas que he conocido a lo largo de treinta y cuatro años que a la hora de cuestionarles sobre la localización actual hablan con cierta pasión y coraje de lo que somos actualidad, de cómo vivimos y vemos el mundo, la vida, incluso el amor. Si bien ahora somos libres de casarnos aun cuando tengamos preferencias sexuales diferentes, el machismo cultural de siglos es difícil de sacudirse del lente que nubla nuestra visión, el que las mujeres ahora se levanten a la misma hora para salir a trabajar y ganen los mismos pesos o incluso mas que el esposo, no hace que la situación de violencia intrafamiliar o el trato bochornoso para con las damas se siga dando todos los días, aquí es donde llego la gripe porcina y todos corrimos a escondernos a nuestro cubil, somos una mole que se deja manipular, a nosotros como a los romanos, mientras nos den pan y circo. Así es como se siente todo este asunto del bicentenario. Los amigos que han llegado del extranjero me cuentan asombrados que no esperaban ver un México tan flamante, tan limpio, tan lleno de adelantos tecnológicos y cultura, yo solo pienso con algo de tristeza que nos hemos dedicado a pintar y embellecer la fachada cuando es el afectividad lo que en realidad importa, tenemos una infraestructura que solo en sueños al estilo Verne habríamos pensado que podía ser realidad, me siento y me quedo pensando que ojala lo económico y lo político avanzara con la misma velocidad con la que hemos construido líneas del metro, puentes elevados y distribuidores viales, que ojala la intolerancia disminuyera al mismo ritmo en el que son permitidas las bodas gay o las adopciones por personas solteras, que la diferencia siempre fuera en porcentajes menores y no al revés. Así es como festejamos el bicentenario, apretando los dientes empero sonriendo.