Se las regaña, aconseja y ordena, todo un mundo de señalamientos a seguir. La contradicción extrema: el lenguaje que silencia; esto es, a través del habla se induce al mutismo. Especialmente se apunta a la ridiculización del lenguaje intragenérico en los pocos espacios que las mujeres tienen -o tenían hasta hace poco, ya que por los cambios tecnológicos y las formas de vida en determinadas sociedades esto ya no es así- para encontrarse y comunicarse. El consenso de opiniones intergenérico en este sentido nos apunta a la hegemonía del modelo cultural gramsciano, en donde los dominados comparten con los dominadores, hasta cierto punto, las creencias y valores socialmente establecidos Gramsci Como decíamos, esto queda muy patente, al poner los refranes en boca de las mujeres, la descripción censuradora o impugnadora de su propio comportamiento lingüístico, asumido al parecer y reproducido, como agentes sociales activas que son. Desde una posición que se columpia entre el menosprecio y el miedo, el comportamiento lingüístico de las mujeres ha sido duramente sojuzgado y sancionado por los mensajes orales de la cultura popular y concretamente, como estamos viendo, por el discurso lapidario del refranero. Las mujeres han estado tradicionalmente olvidadas, excluidas y cuando se las tiene en cuenta es para callarlas, censurarlas, insultarlas o ridiculizarlas.
Porque siempre pensamos que cuando miran a una chica se paran a admirar el rostro, pero luego enseguida pasan a centrarse en el cuerpo. Y prestan mucha atención al pecho y el trasero. A los hombres, en general, les gusta que las mujeres sean muy femeninas. Para nosotras la masculinidad también es muy importante. A bote pronto se nos ocurre que nos derritamos ante un varón de aspecto rudo,porque se asocia a la protección, seguridad y virilidad. Pero no, no es así en la generalidad de las ocasiones.