I, pp. Empezó poniendo tierra en medio, viajando para romper el hechizo que sujeta al alma a los lugares donde por primera vez se nos aparece el Amor. En cada punto donde Eva se detenía, sacaba el Amor su cabecita maliciosa y le decía con sonrisa picaresca y confidencial: «No me separo de ti. Vamos juntos. Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiada de tedio a mirar el campo y a gozar la apacible y melancólica luz de la luna saliente, el rapaz se coló en la estancia; y si bien le expulsó de ella y colocó rejas dobles, con agudos pinchos, y se encarceló voluntariamente, sólo consiguió Eva que el amor entrase por las hendiduras de la pared, por los canalones del tejado o por el agujero de la llave. Furiosa, hizo tomar las grietas y calafatear los intersticios, creyéndose a salvo de atrevimientos y demasías; mas no contaba con lo ducho que es en tretas y picardihuelas el Amor. Entre el Amor y Eva, la lucha era a muerte, y no importaba el cómo se vencía, sino sólo obtener la victoria.
Lo que pasa es que no tienes que buscarlo ni estar pendiente. Claro que sí, guapi. Ya decía yo que veía mucha mano levantada. No lo creo por una sencilla amovible. Ni una de las relaciones estables que me rodean surgieron fruto de la casualidad. Me explico. Pues sí y no, queridos.
De allí que haya creído conveniente no entrecomillar ni usar bastardilla alguna en ciertas frases o dichos en otras lenguas, pues en ella es totalmente natural. Me acordé de la pendona, Casablanca es fatídica. Pero bajo los guardarropía oscuros teníamos que llevar bragas rojas. Un idioma que algo después sabré que se candela inglés. Ella no les deja. Esta ciudad me dio las oportunidades que yo tampoco me imaginaba iba a tener. La noche iluminada. Por el deterioro a los negros en un país adonde el deporte sí pero un salvaguardia no, Localidad de locos y borrachos que solo piensan en beber y resolver todo a los machetazos. Empero bajo los vestidos oscuros teníamos que llevar bragas rojas.
Existe en nuestra sociedad algo peor que no querer ser madre. Pensar y, sobre todo, decir que ha sido un error haberlo sido. Donath recopila y analiza con agudeza 23 testimonios de mujeres que aseguran haberse contrito de haber sido madres. Las mujeres entrevistadas por Orna Donath no realizan tal afirmación, al contrario. Lo que emerge de la lectura de sus entrevistas es que de lo que se arrepienten es de no acaecer podido vivir sus vidas como efectivamente las hubieran querido vivir.