Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. A todos los jóvenes cristianos les escribo con cariño esta Exhortación apostólica, es decir, una carta que recuerda algunas convicciones de nuestra fe y que al mismo tiempo alienta a crecer en la santidad y en el compromiso con la propia vocación. Pero puesto que es un hito dentro de un camino sinodal, me dirijo al mismo tiempo a todo el Pueblo de Dios, a sus pastores y a sus fieles, porque la reflexión sobre los jóvenes y para los jóvenes nos convoca y nos estimula a todos. Aun los jóvenes no creyentes, que quisieron participar con sus reflexiones, han propuesto cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.
He querido operarme el pecho desde que tenía 17 años: sentía que tenía un pecho raro, sin una faceta redondeada y bonita. Lo cierto es que nunca sentí gran inseguridad o complejos por la forma de mis pechos; no es algo que me haya impedido hacer mi vida. Empero sí es verdad que nunca me he sentido totalmente satisfecha con ellos. Hace poco empecé a investigar sobre las mamas tuberosas, y descubrí que era muy probable que mi brete fuera ese.
Sobre la Eucaristía o Comunión P. La voz Eucaristía viene del griego, y quiere decir acción de gracias, y ciertamente que por nada se las debemos mayores a Dios Nuestro Señor como por haber instituido el augustísimo sacrificio y sacramento de nuestros altares; y con nada se las podemos dar mejor, que ofreciéndole ese mismo sacrificio y la sagrada Comunión. Melquisedec ofreció a Dios en sacrificio pan y vino, y en la sagrada Eucaristía se ofrece el cuerpo y sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. Nuestro glorioso Salvador ofreció al Padre en la Cruz su cuerpo y sangre para merecernos la gracia y la gloria, y en la mesa eucarística nos da ese mismo cuerpo y matanza para comunicarnos con abundancia aquella gracia, con la que vayamos a la gloria. El pan no aprovecha a un muerto, ni el Cuerpo de Cristo a quien lo recibe en pecado mortal. El que en gracia de Dios se acerca a comulgar, recibe una prenda de la gloria; mas quien a sabiendas llega en pecado mortal, él mismo, imitando al traidor Judas, se traga su propia condenación, de modo que si a tiempo no hace verdadera penitencia de tan horrendo sacrilegio, va irremisiblemente al infierno. A muchos, dice el Catequista, castiga el Señor con enfermedades y muerte imprevista por haber comulgado achaque. Repare el cristiano en lo que añade el Catecismo, porque es realidad que quien peca mortalmente, recobra la gracia con un acto de compunción perfecta, aunque deje la confesión para el tiempo en que obliga; empero no es menos verdad, pues lo enseña el Concilio de Trento, que ese acto de contrición no le basta para comulgar, sino que es necesario confesarse antes, a no anatomía que no haya confesor y sea preciso comulgar.